Vagamente
conocidos por el gran público, los conflictos carlistas asolarían España
durante buena parte del S. XIX. La Primera Guerra Carlista (1833- 1840) volvía
a traer a tierras ibéricas la guerra entre distintos pretendientes al trono,
algo no visto desde hacía más de 100 años durante la Guerra de Sucesión. De la
misma forma que entonces, ambos lados trataron de conseguir apoyo internacional
para apoyar sus pretensiones. Y es que, la ayuda militar sería, de hecho, una
de las diferentes esferas de actuación en la que las potencias extranjeras se
comprometerían con ambos bandos.
La
Legión Auxiliar Británica actuó en España entre 1835 y 1837. Existe un
considerable corpus de memorias personales de los que lucharon en España que
vieron la luz ya en aquel momento. Entre los más destacados y que tuvieron una
mayor implicación con la Legión podríamos destacar al que fue comandante en
jefe de la legión británica, el parlamentario George de Lacy Evans, el coronel
Charles Shaw o Francis Duncan amen de otro gran número de escritores que
viajarían a España en busca de esa mezcla entre romanticismo y orientalismo que
según ellos (algo todavía presente en el mundo anglosajón) aportaba
España.
La
ayuda a Isabel II por parte de las potencias firmantes de la Cuádruple Alianza
se configuraría en una triple vertiente: diplomática, económica y militar. La
presencia de la Legión en España junto al resto de la ayuda británica (el
bloqueo naval del mar cantábrico por la Royal Navy y la no muy tenida
en cuenta ayuda material) resultaría fundamental para el desarrollo de la
guerra. Es más, a largo de la contienda esta ayuda sería incluso más necesaria
debido al carácter irregular que tendría la ayuda proveniente de Portugal y
Francia.
El
contingente total de la Legión estaría formado por aproximadamente 10.000
hombres, voluntarios todos ellos. La paga de los soldados correría a cargo del
gobierno español y las pensiones serían abonadas por el gobierno británico. El
acuerdo además señalaba que el servicio no debería superar los dos años a no
ser que se indicase lo contrario en el momento del alistamiento. Se detallaba
además que el personal alistado estaría sujeto a las ordenanzas militares
británicas y que seguiría el servicio militar británico, estando sujeto a penas
disciplinarias de acuerdo con el código militar británico.
De la
misma forma que no se envió un ejército profesional, el gobierno británico
prohibió que oficiales en activo pudieran enrolarse en la legión. Se buscaron
oficiales retirados que tuvieran experiencia en combate. Se acabarían
seleccionando a un número aproximado de 200 con experiencia militar previa.
Sufrieron de falta de entrenamiento e instrucción que trataron de solventar con
largas sesiones de maniobras y entrenamiento. Aunque los propios oficiales
comisionados sería los encargados de reclutar a la tropa en origen, la relación
con la tropa llegó a ser complicada en ciertos momentos. Y es que su selección
se realizaría abarcando un amplio y dispar abanico de veteranos, prófugos,
buscavidas, pobres o desempleados. La mayoría de ellos provenían del medio
urbano y habían sido reclutados en las principales zonas del país. (Irlanda,
Gales e Inglaterra) Aproximadamente uno de cada cinco reclutas no se encontraba
en condiciones para el combate activo, ya que provenían de estratos sociales
bajos en las que las condiciones sanitarias distaban de ser las adecuadas; algo
que sin duda contribuiría al elevado número de bajas que sufrirían en periodos
de descanso o de maniobras, como en el primer invierno que pasaron en España en
1835 en Vitoria.
En
este sentido, la falta de instrucción de la Legión Británica no sería un
elemento diferenciador dentro del tono general de la contienda. Sobre todo, al
principio de la guerra, ambos ejércitos carecían de mandos experimentados y la
presión política para conseguir objetivos no factibles se traducían en
auténticos problemas a nivel operativo. Y es que el ejército español arrastraba
una pesada losa desde los años veinte, cuando se convierte en una suerte de
ejército de aluvión, seriamente dañado por las reformas de 1825 de Fernando VII
y por la falta de soldados e infraestructuras básicas militares.
La
situación, por tanto, del ejército liberal, distaba de ser la mejor. En el
momento en que la Legión llega a España, el ejército cristino sufría constantes
problemas de abastecimiento, faltaban las raciones necesarias para buena parte
de la tropa y la paga no se entregaba de forma regular. Adolecía además de un
gran problema de escasez de servicio de ambulancias, hospitales e
infraestructuras básicas, lo que sería una constante general a lo largo de la
guerra. Incluso las tropas llegarían a carecer del equipamiento necesario como
su vestimenta o incluso la munición apropiada
Por
otro lado, el ejército carlista no se encontraba mucho mejor. De hecho, el
orden de batalla prácticamente no existía. En esencia, el ejército carlista se
basaba en la guerra de guerrillas, aprovechándose del apoyo local que en
numerosas ocasiones les proporcionaría suministros y el necesario cobijo, y
aprovechándose también del conocimiento de la zona. Este tipo de táctica se
mantendría prácticamente hasta el final de la guerra. El gran baluarte de las
tropas carlistas, el general Zumalacárregui, observó la necesidad de operar de
esta forma debido a la falta de formación de su ejército. Con el paso del
tiempo se confirmaría que esta sería la mejor forma de actuar. Se evitarían los
enfrentamientos directos y se recurriría a la táctica de grandes guerrillas en
donde la moral de la tropa era fundamental y funcionaba mejor con el tipo de
soldados disponibles, buena parte de ellos campesinos acostumbrados a estar
aislados en sus caseríos.
La
Legión llegará a España en un momento de avance carlista. Ya desde
finales de 1834 Zumalacárregui había asegurado la necesidad de internarse en
Castilla como paso previo a la conquista de Madrid. El objetivo predeterminado
sería primero conquistar Vitoria y después adentrarse en Castilla en dirección
a Madrid. Es por eso que desde su llegada a España la Legión Británica sería
utilizada además para tratar de contener a las fuerzas carlistas en su propio
territorio. La idea era que el ejército liberal rodease las posiciones
carlistas en Navarra y el País Vasco, cerrar la frontera y una vez cortados de
su comunicación con el mundo exterior, buscar el enfrentamiento directo.
Si los carlistas trataban de romper ese círculo, en teoría, serían derrotados
formalmente en el campo de batalla, ya que se asumía que en un enfrentamiento
directo el ejército liberal era netamente superior. Sin embargo, no se tuvo en
cuenta la táctica de guerra de guerrillas, el mayoritario poyo de la población
que estaba en contra de las medidas centralizadoras de Madrid y el amplio
conocimiento de la zona, mayoritariamente escarpada cuando no montañosa. Estos
tres aspectos serían fundamentales a lo largo de la guerra y como veremos, la
Legión Británica lo sufriría en sus propias carnes. (Continuará)
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